
lunes, 20 de diciembre de 2010
domingo, 12 de diciembre de 2010
¡Estoy escandalizado, escandalizado!
lunes, 6 de diciembre de 2010
Pollos financieros y mercados sin cabeza (y II)... y controladores descabezados

jueves, 25 de noviembre de 2010
Pollos financieros y mercados sin cabeza (I)
martes, 16 de noviembre de 2010
Contra el pesimismo, acción
Conste que búsqueda de la felicidad no es lo mismo que ser feliz. Esa búsqueda -pues otra cosa no hay- comprende la facultad de saber qué es lo que mejor sabemos hacer y hacerlo (con independencia de nuestras habilidades sociales) y la de saber cómo podemos estar entre los otros con lo que hacemos. Grandes habilidades sociales no implican necesariamente mayor satisfacción (ni mayor sabiduría).
domingo, 14 de noviembre de 2010
Cuando te despidas asegúrate de que lo haces del finado
sábado, 13 de noviembre de 2010
Dios y tal

martes, 9 de noviembre de 2010
Dioses irresponsables y ciudadanos virtuosos (y II)
Por tanto, queremos renunciar a la (falsa) omnipotencia pero acceder a la ciudadanía ¿Por dónde empezar? - se pregunta usted, desacostumbrado lector. Primero por reconocerse como igual a los demás, y por tanto limitado en su poder, que comparte con muchos otros. Para influir en la organización de las cosas públicas tenemos que unirnos: uno por uno somos impotentes; agrupados podemos hacernos oír. Si somos iguales, nos debemos un respeto. Y si vamos a compartir un proyecto respetarse significa discutir los asuntos importantes abiertamente y con honestidad. Es decir, sin utilizar a los demás para nuestros fines particulares. Sin perder de vista el bien común. Enhorabuena, venturoso lector: ha dado usted con la virtud ciudadana.
Ciudadanía, murmura usted, embelesado lector, y se imagina a sí mismo con túnica, en el ágora y hablando en griego clásico. Ciudadanía. ¿Qué significa? Derechos, sin duda, pero también obligaciones. Libertad, pero no sin responsabilidad. Pertenencia, pero abierta a nuestros iguales, que son todos. Y algo más: participación. La ciudadanía que quieren los grandes partidos es la de una planta de salón que cada cuatro años salga de su macetero y trabajosamente consiga depositar en la consabida urna el lastimero voto. Vuelta al macetero y a vegetar. Usted, enérgico lector, dice no a esa ciudadanía comatosa. Usted ha comprendido que hay que actuar. Existen muchas formas de hacerlo. A usted le gustaría, por ejemplo, tener algo más que decir acerca de quiénes sean los líderes que nos representen. Pues bien, existe un mecanismo para ello: las elecciones primarias, a través de las cuales se puede dirimir el liderazgo en diferentes niveles de un partido político. Así se puede evaluar el mérito del trabajo y de las propuestas de unos y de otros. Así se piden y se ejercen responsabilidades. Así se debate públicamente y se coordinan las acciones. Ah, la razón actuando, la deliberación en estado puro, la virtud cívica en todo su esplendor.
Pero usted, resabiado lector, no se ha caído de un guindo. ¿Cómo sabe que no se van a reproducir en las primarias los vicios que tanto le molestan en otras elecciones? Abre el periódico y se topa con el PSOE de Madrid, donde todos cantan las alabanzas de las primarias, a pesar de que ninguno las quería: no les ha quedado más remedio al fracasar las componendas y las coacciones. Las crónicas hablan de avales, facciones, promesas, apoyos, intercambios. Pura negociación entre grupos de poder. Al final alguien gana. ¿Y bien? ¿Dónde está la virtud cívica? ¿Qué de bueno puede salir de ahí? No me entienda mal, paciente lector: las primarias son una institución apreciable. Pero de nada sirven las mejores instituciones, ni las leyes más rigurosas, ni los estatutos mejor compuestos si prescindimos de la virtud ciudadana. Es decir: si no estamos dispuestos a hacer lo correcto por el interés general y si no exigimos a nuestros representantes que hagan lo mismo.
viernes, 5 de noviembre de 2010
Dioses irresponsables y ciudadanos virtuosos (I)
Querido lector: es usted poderoso. Nuestro sistema político le otorga unos derechos que le permiten decidir quién gobierna. Usted, una persona de apariencia humilde, es en realidad un soberano (o soberana). Un potentado (o potentada). Un dios (o diosa). Los grandes líderes de la nación se muestran ante usted deferentes, serviciales, incluso aduladores. No dejan de decirlo: usted, imperial caballero (o amazona), cuya única arma es una papeleta electoral, es depositario de la sabiduría, de la sensibilidad y aún de la presciencia. Usted es el Pueblo Soberano (le aseguro que escribo estas líneas genuflexo).
Con otra retórica y peor sintaxis este viene a ser el mensaje que se nos arroja desde el establishment. Pero usted, intuitivo lector, nota que algo no encaja. “¿Por qué - se pregunta - esta gente extraña se empeña en hacerme tanto la rosca? Dicen que soy sabio, y sin embargo no logro sintonizar el TDT. Además, aparte de votar cada cuatro años, ¿de qué otra forma ejerzo mi inmenso poder? De higos a brevas me acerco a mi colegio electoral y me veo obligado a elegir de un menú que, salvo pocas excepciones, comprende platos sin sustancia o directamente podridos”. Resignado, se conecta a internet, abre un periódico, enciende la radio y vuelve a encontrarse con el mensaje de siempre: “usted decide, y lo que decide es que nosotros decidamos por usted”.
Una vez introducida la sagrada papeleta en la urna proverbial, usted, perspicaz lector, se percata de que ya no pinta casi nada. “Déjenos a nosotros, los profesionales” parecen decirle, como si la política fuera una rama de la fontanería o de la contabilidad. Una tarde, al volver a casa, coincide con su vecino, el del ático, y usted, confiado lector, le abre su corazón. Él contesta que la política es así, y que lo que tienen que hacer los políticos es dejar a la gente en paz para que se ocupe de sus cosas. Si no fuera porque el ascensor se ha detenido en su planta, usted le contestaría que la política también forma parte de “sus cosas”.
Usted, esforzado lector, entra en casa y se derrumba en el sofá. Está agotado tras un día duro en la oficina. ¿Qué dan hoy? Fútbol, seguro. O una serie infumable. Lo pone, pero no le presta atención. Una idea le da vueltas en la cabeza. Sí, reflexivo lector, hay una contradicción en el discurso: por una parte le atribuyen a usted un poder ilimitado; por otra le invitan a dedicarse a sus asuntos, a no meterse en política, que ya es la vida muy complicada. No se concentra en el fútbol, perplejo lector. Ante usted se aparece una imagen escalofriante: cuarenta y cinco millones de seres todopoderosos viendo la tele absolutamente desentendidos de lo que acontece. El mundo como un inmenso Olimpo en el que los dioses no sólo no tienen sobre quién mandar, sino que no tienen nada que decidir. Delegaron en un grupito de mortales que, paradójicamente, son los que hacen y deshacen a su antojo. Dioses irresponsables y hombres que les gobiernan ¡El mundo al revés!
Tras esta epifanía, lector visionario, usted comprende mucho mejor lo que se espera de usted: que se esté quietecito. Que cada cuatro años meta un sobre en una urna para justificar (más que legitimar) a los que van a mandar. Y que si quiere quejarse, puede hacerlo, pero nada más. Protesten, protesten, que hay libertad de expresión. Total, para lo que les va a servir... A estas alturas, desengañado lector, usted renuncia encantado a su estatuto divino. Devuelve el carné de dios y deja de pagar la cuota. Vuelve a ser lo que siempre fue: un mortal. Algo ha cambiado, sin embargo: ya no quiere ser todopoderoso, pero está decidido a ser un ciudadano.
martes, 26 de octubre de 2010
¿Sueñan los líderes políticos (y sindicales) con ovejas votantes?
El Presidente del Gobierno ha dicho que no siente haber traicionado sus principios con la reforma laboral. Es muy importante lo que sienta un presidente. Casi más que lo que piense. Porque lo que se piensa pertenece al ámbito de la razón, en el que uno se equivoca o acierta, dice la verdad o miente, aporta conocimiento o desinformación. Pero el sentimiento es otra cosa. Pertenece a lo íntimo, a lo que se dice uno por la noche justo antes de apagar la lamparilla. El Sr. Rodríguez Zapatero es muy generoso con la ciudadanía y comparte con frecuencia sus sentimientos. No es el único, claro. Todo el nacionalismo está construido sobre cimientos sentimentales. Y el discurso nacionalista, hasta en la sopa, ha cundido, se ha hecho popular (no sé si me siguen), ubicuo, imperante.
Sí, los sentimientos de un presidente de gobierno son - en España y a día de hoy - al menos tan relevantes como sus pensamientos. De lo que el Presidente pueda sostener razonadamente no conviene sacar demasiadas conclusiones. En la Moncloa no canta el gallo; se sabe que el día ha comenzado porque el gobierno ha modificado una política. ¿O será al revés? Podría ocurrir que el primer rayo de sol sea para el ejecutivo la luz que le señala un nuevo camino, distinto del de ayer. Probablemente conocerán la historia de aquel granjero que dio por hecho que el canto del gallo provocaba la salida del sol. La razón es lo que tiene: que es falible. ¿Y los sentimientos? Los sentimientos no fallan. Simplemente cambian. No tiene sentido juzgar un sentimiento como racional o irracional. Se siente lo que se siente. Si, por ejemplo, yo me siento socialista, nada puede cambiar este hecho, ni siquiera mis actos. ¿Que abandono mis posturas económicas tan enfáticamente defendidas y adopto las contrarias? Eso no tiene importancia, porque no siento haber traicionado mis principios. Si mis principios pudieran hablar seguro que les dirían que no se sienten traicionados.
El sentimentalismo se ha convertido en el caldo en el que chapotean la mayor parte de los partidos políticos, muchas administraciones públicas y un buen número de organizaciones sociales. Observen al líder sindical Toxo, que califica de "gran putada” la huelga general que él mismo ha convocado. Qué tormenta emotiva no se habrá desatado en la conciencia de este hombre para expresarse con tanta crudeza en horario infantil. Uno solo puede observar con angustia a estos personajes que se debaten entre sentimiento y razón, entre querer y poder. La vida pública española está alcanzando el dramatismo del mejor (peor) culebrón que imaginar podamos.
Por otra parte, algo huele a podrido en todo esto. La razón y las emociones no están tan separadas. Nuestro cerebro no es tan estanco como a veces se nos ha hecho creer. Al respecto, les recomiendo El error de Descartes, del eminente neurólogo Antonio Damasio. Sin emociones, el razonamiento funciona de forma defectuosa. Cuando observamos argumentos inconexos y errores lógicos, no podemos descartar que estemos ante gente sin emociones. Cuando un gobierno vuelve su política económica del revés sin reconocer que la anterior era equivocada, o cuando un sindicato convoca una huelga aún a sabiendas de que perjudica a mucha gente, ¿es posible que estemos contemplando una emotividad irremediablemente dañada? Podría ser, pero no sería justo darlo por hecho. Hay otra posibilidad: que presidente y sindicalista no estén siendo del todo sinceros sobre sus sentimientos, sobre sus razones o sobre ambos.
Veamos, ¿cómo es posible que un líder político, que además es el Presidente del Gobierno, cambie de un día para otro su política económica? Se dice que, ante la inminente suspensión de pagos del Reino de España y la presión de los más destacados líderes mundiales, Zapatero no tenía alternativa. La verdad es que siempre hay alternativa. Por ejemplo: no hacer nada, suspender pagos y esperar a que Europa venga a rescatarnos - ya había un precedente: Grecia - mientras nos hundimos en un populismo demagógico que acusa a los mercados y elude cualquier responsabilidad. En mi opinión, si no se eligió esta alternativa fue por la certeza de que el Gobierno y el PSOE quedarían agonizantes. La presión ciudadana sería de tal magnitud que el ejecutivo no tendría más salida que la convocatoria de elecciones, sabiendo que las perderían. Visto el panorama, toca salvar los muebles, arriar las velas y rezar a San Pablo (Iglesias). De un día para otro se hace lo que se juró que nunca se haría. Está claro que habrá un coste, pero es calderilla electoral comparada con la otra posibilidad. A partir de aquí se trata de recuperar el nunca perdido contacto con los nacionalistas y sobre todo de no dar ninguna explicación creíble a semejante cambio.
Entre las pérdidas con efectos electorales está el apoyo de los sindicatos, tan importante para Zapatero. Imaginen a Méndez y Toxo bailando el pasodoble de la política social al son de la orquesta gubernamental, y que así, sin avisar, se encuentran con que lo que suena ahora son unas sevillanas. Claro, podrían ponerse como locos a buscar los vestidos de gitana y las castañuelas, pero hay gente mirando. Su gente, sobre todo. A la que han dicho desde hace años que las sevillanas son de pijos. Nada de bailes de señoritos: nosotros el pasodoble, tan popular. Méndez y Toxo se encuentran con un dilema: quieren bailar lo que les ponga la orquesta, porque son amigos suyos y porque si no bailan podría llegar otra orquesta diferente que lo mismo no les gusta tanto. Por otra parte, adoptar ahora la estética de los Cantores de Hispalis podría llevar a su gente a preguntarse quiénes son esos fulanos que les mandan. Y no duden de que entre el público hay más de uno con ganas de levantarse y gritarles: ¡largaos a la feria en vuestras jacas, señoritos! De modo que no es posible. Si quieren seguir marcando el paso a los demás, no les queda otra que protestar por el cambio de música y llamar a todo el mundo a que pare. Una gran putada, sin duda, entre otras cosas porque si el llamamiento no sale bien y la gente sigue a lo suyo - lo que parece probable - van a quedar como unos líderes más bien flojos, y esos que están entre su público deseando sustituirles no van a dejar pasar la ocasión.
Este es el cuento. Antes del colorín colorado, toca hacerse una pregunta: ¿dónde están los ciudadanos? Hemos visto muchos líderes (ya saben, gente que manda). Hemos visto poderes ejecutivos, partidos políticos, organizaciones sindicales. Incluso hemos visto votantes. Pero un votante no es un ciudadano (el derecho al voto es sólo una dimensión de la ciudadanía). ¿En qué momento de las decisiones que se toman se tiene en cuenta a la gente, a sus necesidades y deseos? Los partidos tradicionales se dirigen sólo a votantes: lo único que cuenta es qué papeleta meten en el sobre; sus motivos, sus razones, el hecho de que lo hagan con toda la información o engañados es indiferente. ¿Tienen emociones y sentimientos nuestros políticos? Sin duda. El problema es que sólo parecen variar en función de los sondeos. No hay más objetivo que la victoria electoral. La clase política (y otras clases, como la sindical) parece hoy en día un ejército de replicantes. Sería ciencia ficción imaginarlos rebelándose contra su naturaleza, como los de Blade Runner, y explicando sus posturas y decisiones en función de unos principios sostenidos racionalmente.