lunes, 11 de abril de 2011
ZP ha muerto (políticamente) y yo mismo no me encuentro muy bien
miércoles, 2 de marzo de 2011
Enredado en las redes sociales

viernes, 18 de febrero de 2011
Sangre y vísceras en la política madrileña
Hace unos días una revista publicó en portada una acaramelada foto del Alcalde Gallardón y la Presidenta Aguirre en el parque del Retiro, coincidiendo con el día de los enamorados. Creí que respondía a un mensaje político: “es amor lo que está en el aire, no contaminación”. No era así, ya que la jugada hubiera sido muy arriesgada: los científicos no han hallado resto alguno de sentimientos en las muestras tomadas. Mucha polución, nada de emoción.
La revista perdió una buena oportunidad, porque un 14 de febrero (el de 1929) se produjo un suceso que luego fue inmortalizado en muchas películas: la famosa matanza de San Valentín, en la que Al Capone mandó dar matarile a unos rivales en un garaje de Chicago. No es precisamente el amor romántico (ni ningún otro tipo de amor) lo que caracteriza a la política madrileña. Más bien el navajeo por la espalda y la conspiración ignominiosa. Doña Esperanza, metralleta en ristre, vestida con sombrero, gabardina y botines, y Don Alberto, mismo atuendo pero cautivo y desarmado, habrían compuesto una escena quizás menos edificante pero sin duda más realista.
Aguirre y Gallardón llevan años sirviendo de ejemplo a Churchill: el adversario está en la oposición, el enemigo en el partido propio. Ahora Tomás Gómez y Jaime Lissavetzky parecen dispuestos a imitarles. Lógico: pensarán que si a los del PP les ha ido bien, porqué no iba el PSOE a ser menos. Y allá van, plenamente dispuestos a ser más.
Habrá quien diga que la discrepancia interna es signo de vitalidad democrática. Hombre, si esto fuera así Gran Hermano sería la nueva Atenas. Y ya les digo yo que no lo es. No son ideas o proyectos lo que se disputa en las luchas intestinas de PSOE y PP. Son, como sabe cualquiera, cuotas de poder. En lugar de un garaje o un antro ilegal, las élites políticas madrileñas trasladan sus reyertas a escenarios como Caja Madrid o los órganos que confeccionan listas electorales, convirtiendo así las instituciones en algo parecido a la cocina de Hannibal Lecter. Esta forma de proceder explica también la dificultad para deshacerse de malas compañías, como alcaldes-gürtel o dirigentes condenadas por prevaricación.
No quisiera llevar la metáfora demasiado lejos. El PP y el PSOE no son bandas mafiosas. Son lo que los paleontólogos llaman fósiles vivientes: organismos de otro tiempo llamados a extinguirse si se produce un cambio en su entorno o si aparece un competidor mejor adaptado. Un meteorito o, qué se yo, una marea (magenta) podría significar su final si no cambian.
Un día, dentro de muchos siglos, alguien desenterrará los restos de una gaviota y de un puño con una rosa y anunciará fascinado que hubo un tiempo en que unos partidos gigantescos, endogámicos, caníbales y muy torpes dominaban el entorno político español. Se harán películas de terror y los niños jugarán con muñecos de Aguirre y Gómez.
domingo, 13 de febrero de 2011
El mundo cambia y no siempre a peor
domingo, 30 de enero de 2011
Que no te devore el animal menor (I)

martes, 26 de octubre de 2010
¿Sueñan los líderes políticos (y sindicales) con ovejas votantes?
El Presidente del Gobierno ha dicho que no siente haber traicionado sus principios con la reforma laboral. Es muy importante lo que sienta un presidente. Casi más que lo que piense. Porque lo que se piensa pertenece al ámbito de la razón, en el que uno se equivoca o acierta, dice la verdad o miente, aporta conocimiento o desinformación. Pero el sentimiento es otra cosa. Pertenece a lo íntimo, a lo que se dice uno por la noche justo antes de apagar la lamparilla. El Sr. Rodríguez Zapatero es muy generoso con la ciudadanía y comparte con frecuencia sus sentimientos. No es el único, claro. Todo el nacionalismo está construido sobre cimientos sentimentales. Y el discurso nacionalista, hasta en la sopa, ha cundido, se ha hecho popular (no sé si me siguen), ubicuo, imperante.
Sí, los sentimientos de un presidente de gobierno son - en España y a día de hoy - al menos tan relevantes como sus pensamientos. De lo que el Presidente pueda sostener razonadamente no conviene sacar demasiadas conclusiones. En la Moncloa no canta el gallo; se sabe que el día ha comenzado porque el gobierno ha modificado una política. ¿O será al revés? Podría ocurrir que el primer rayo de sol sea para el ejecutivo la luz que le señala un nuevo camino, distinto del de ayer. Probablemente conocerán la historia de aquel granjero que dio por hecho que el canto del gallo provocaba la salida del sol. La razón es lo que tiene: que es falible. ¿Y los sentimientos? Los sentimientos no fallan. Simplemente cambian. No tiene sentido juzgar un sentimiento como racional o irracional. Se siente lo que se siente. Si, por ejemplo, yo me siento socialista, nada puede cambiar este hecho, ni siquiera mis actos. ¿Que abandono mis posturas económicas tan enfáticamente defendidas y adopto las contrarias? Eso no tiene importancia, porque no siento haber traicionado mis principios. Si mis principios pudieran hablar seguro que les dirían que no se sienten traicionados.
El sentimentalismo se ha convertido en el caldo en el que chapotean la mayor parte de los partidos políticos, muchas administraciones públicas y un buen número de organizaciones sociales. Observen al líder sindical Toxo, que califica de "gran putada” la huelga general que él mismo ha convocado. Qué tormenta emotiva no se habrá desatado en la conciencia de este hombre para expresarse con tanta crudeza en horario infantil. Uno solo puede observar con angustia a estos personajes que se debaten entre sentimiento y razón, entre querer y poder. La vida pública española está alcanzando el dramatismo del mejor (peor) culebrón que imaginar podamos.
Por otra parte, algo huele a podrido en todo esto. La razón y las emociones no están tan separadas. Nuestro cerebro no es tan estanco como a veces se nos ha hecho creer. Al respecto, les recomiendo El error de Descartes, del eminente neurólogo Antonio Damasio. Sin emociones, el razonamiento funciona de forma defectuosa. Cuando observamos argumentos inconexos y errores lógicos, no podemos descartar que estemos ante gente sin emociones. Cuando un gobierno vuelve su política económica del revés sin reconocer que la anterior era equivocada, o cuando un sindicato convoca una huelga aún a sabiendas de que perjudica a mucha gente, ¿es posible que estemos contemplando una emotividad irremediablemente dañada? Podría ser, pero no sería justo darlo por hecho. Hay otra posibilidad: que presidente y sindicalista no estén siendo del todo sinceros sobre sus sentimientos, sobre sus razones o sobre ambos.
Veamos, ¿cómo es posible que un líder político, que además es el Presidente del Gobierno, cambie de un día para otro su política económica? Se dice que, ante la inminente suspensión de pagos del Reino de España y la presión de los más destacados líderes mundiales, Zapatero no tenía alternativa. La verdad es que siempre hay alternativa. Por ejemplo: no hacer nada, suspender pagos y esperar a que Europa venga a rescatarnos - ya había un precedente: Grecia - mientras nos hundimos en un populismo demagógico que acusa a los mercados y elude cualquier responsabilidad. En mi opinión, si no se eligió esta alternativa fue por la certeza de que el Gobierno y el PSOE quedarían agonizantes. La presión ciudadana sería de tal magnitud que el ejecutivo no tendría más salida que la convocatoria de elecciones, sabiendo que las perderían. Visto el panorama, toca salvar los muebles, arriar las velas y rezar a San Pablo (Iglesias). De un día para otro se hace lo que se juró que nunca se haría. Está claro que habrá un coste, pero es calderilla electoral comparada con la otra posibilidad. A partir de aquí se trata de recuperar el nunca perdido contacto con los nacionalistas y sobre todo de no dar ninguna explicación creíble a semejante cambio.
Entre las pérdidas con efectos electorales está el apoyo de los sindicatos, tan importante para Zapatero. Imaginen a Méndez y Toxo bailando el pasodoble de la política social al son de la orquesta gubernamental, y que así, sin avisar, se encuentran con que lo que suena ahora son unas sevillanas. Claro, podrían ponerse como locos a buscar los vestidos de gitana y las castañuelas, pero hay gente mirando. Su gente, sobre todo. A la que han dicho desde hace años que las sevillanas son de pijos. Nada de bailes de señoritos: nosotros el pasodoble, tan popular. Méndez y Toxo se encuentran con un dilema: quieren bailar lo que les ponga la orquesta, porque son amigos suyos y porque si no bailan podría llegar otra orquesta diferente que lo mismo no les gusta tanto. Por otra parte, adoptar ahora la estética de los Cantores de Hispalis podría llevar a su gente a preguntarse quiénes son esos fulanos que les mandan. Y no duden de que entre el público hay más de uno con ganas de levantarse y gritarles: ¡largaos a la feria en vuestras jacas, señoritos! De modo que no es posible. Si quieren seguir marcando el paso a los demás, no les queda otra que protestar por el cambio de música y llamar a todo el mundo a que pare. Una gran putada, sin duda, entre otras cosas porque si el llamamiento no sale bien y la gente sigue a lo suyo - lo que parece probable - van a quedar como unos líderes más bien flojos, y esos que están entre su público deseando sustituirles no van a dejar pasar la ocasión.
Este es el cuento. Antes del colorín colorado, toca hacerse una pregunta: ¿dónde están los ciudadanos? Hemos visto muchos líderes (ya saben, gente que manda). Hemos visto poderes ejecutivos, partidos políticos, organizaciones sindicales. Incluso hemos visto votantes. Pero un votante no es un ciudadano (el derecho al voto es sólo una dimensión de la ciudadanía). ¿En qué momento de las decisiones que se toman se tiene en cuenta a la gente, a sus necesidades y deseos? Los partidos tradicionales se dirigen sólo a votantes: lo único que cuenta es qué papeleta meten en el sobre; sus motivos, sus razones, el hecho de que lo hagan con toda la información o engañados es indiferente. ¿Tienen emociones y sentimientos nuestros políticos? Sin duda. El problema es que sólo parecen variar en función de los sondeos. No hay más objetivo que la victoria electoral. La clase política (y otras clases, como la sindical) parece hoy en día un ejército de replicantes. Sería ciencia ficción imaginarlos rebelándose contra su naturaleza, como los de Blade Runner, y explicando sus posturas y decisiones en función de unos principios sostenidos racionalmente.