Este es un mensaje dirigido a los que estuvieron en las manifestaciones y concentraciones que tuvieron lugar durante el secuestro y tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Sólo quiero haceros una pregunta: ¿dónde estáis ahora?
Aquel crimen nos llenó de ira y desolación, pero también nos dio un sentido de comunidad que nunca más hemos tenido (o quizás sólo durante las 24 horas siguientes al 11M, y ni un minuto más). En las concentraciones nos mirábamos y reconocíamos en el otro la misma ira y la misma desolación, y nos sentíamos acompañados. No estábamos solos, éramos mayoría... qué coño, éramos todos, porque los que no estaban, los que justificaban el asesinato no eran de los nuestros. Venga, recordadlo, recordad aquellas sensaciones. Estábamos todos, y por una puta vez no mirábamos al de al lado preguntándonos a quien votaría, o de qué barrio era, o de qué equipo de fútbol. Por una vez, no era difícil ser un buen ciudadano: bastaba con sentir esa tristeza, esa compasión y sí, esa ira contra los asesinos. Si yo no lo he olvidado, vosotros tampoco.
¿No tiene ningún valor aquella experiencia? ¿Fue un arrebato sentimental del que ahora nos avergonzamos? ¿Es que ahora tenemos asuntos más importantes de los que ocuparnos? Pregunto esto porque, a mi parecer, los españoles de hoy están tragándose sin masticar la mentira de que la batalla contra ETA ha terminado y que hemos ganado. Todo lo que se consiguió después de - y gracias a - las movilizaciones ciudadanas por el asesinato de Miguel Ángel se está perdiendo. Por supuesto que ETA está débil, pero ¿por qué ese empeño en asegurar que no volverá a matar? ¿Cómo lo saben? ¿Porque lo dicen ellos? Y aunque así fuera, ¿es que no hay nada más en juego? Hoy están en el Congreso aquellos a los que les llamamos, con toda la razón, asesinos, cómplices, enemigos. Son los mismos. Hoy salen a la calle etarras que creíamos que cumplirían sus penas íntegras. Hoy, medios de comunicación y partidos políticos que quisieron ponerse delante de las movilizaciones de hace 15 años, hablan de tiempo nuevo e insultan a las víctimas por no querer conceder algo tan personal como el perdón, por querer mantener vivo el espíritu de Ermua.
Entonces nos sentimos comunidad, y más aún, nos sentimos comunidad democrática. Sí, democrática. Ya sé, decimos tanto "democracia" que parece que no significa nada. Los enemigos y algunos de los nuestros dicen que mantener a Bildu o Sortu en la ilegalidad es antidemocrático. Es mentira. Es mentira que en la comunidad democrática quepan todos. Recordad aquellas concentraciones, recordad el sentimiento. Algo nos unía: cabíamos todos menos los asesinos y sus cómplices. Era una inmensa comunidad que sólo te exigía un requisito: no matarás y no usarás el crimen para esclavizar a los demás. Basta con esto. Democracia.
Lo siento, pero no se ha acabado. Lo siento, pero no hemos ganado. Los que esclavizan siguen entre nosotros, crecidos y ganando terreno. ¿Dónde estáis ahora? ¿En casa, agobiados por los problemas personales? ¿Es que creéis que ya no va con vosotros? ¿Creéis que no hace falta sentirse comunidad? ¿Creéis que una sociedad tan dividida tiene opciones de prosperar? ¿Creéis que la democracia es un lujo? Probad con lo que no es democracia. ¿Creéis que no se puede hacer nada más? Recordad Ermua y lo que vino después. ¿O sois de los que sacudís la cabeza y murmuráis "que se independicen ya y me dejen en paz"? Pensad en los que dieron la vida en esta batalla. ¿Tenéis derecho a desentenderos de su sacrificio? ¿Creéis en la dignidad, en el honor? Venga, recordad, haced un esfuerzo: vosotros estuvisteis allí, yo os vi. Joder, estábamos todos. ¿Dónde estáis ahora?
miércoles, 11 de julio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
Susurros nacionalistas
La Universidad del País Vasco tiene claras sus prioridades: la primera es que sus empleados, investigadores y docentes hablen euskera. Con buena voluntad puede suponerse que la siguiente prioridad será una investigación puntera y un alto nivel educativo, pero en todo caso será la segunda. En su empeño por crear un ámbito puramente euskaldún la UPV ha propuesto incluso señalar al personal que habla euskera con algún distintivo en su ropa. Se nota que estamos en un ámbito académico: los que han tenido la idea saben lo que ocurría en el gueto de Varsovia y en otros guetos creados por los nazis: los judíos estaban obligados a ponerse un brazalete amarillo con la estrella de David. Por eso, sin duda, la dirección del centro ha decidido que en este caso el brazalete (o lo que sea) lo lleven los gentiles vascoparlantes. Al resto se les reconocerá por no lucir el complemento de moda, a falta de análisis que muestren su RH.
Esta es sólo una de las medidas que la UPV quiere imponer en el centro. Hay otras, que consisten más que nada en coartar la libertad de las personas que trabajan en la universidad, sin que parezca preocuparles que la comunicación pueda entorpecerse. Imagino a algún investigador estupefacto: no sólo les recortan en I+D+i, sino que ahora tiene que quejarse en un idioma que no conoce. El problema de España nunca ha sido tanto la fuga como la ausencia de cerebros, más acusada cuanto más se asciende en la jerarquía académica. Los cerebros no se fugan de España: son echados a patadas.
Pero una buena juerga identitaria nunca está completa si no viene rematada por el ridículo. Así, la UPV quiere crear la figura del “susurrante”, un ser humano que acercará sus labios al oído de otro ser humano para traducirle al castellano lo que se esté diciendo en euskera. Piensen en la escena final de Lost in Translation, Bill Murray diciendo al oído de Scarlett Johansson algo que el espectador no puede oír, la confirmación de una intimidad que ha ido surgiendo entre dos solitarios en una ciudad hostil. Imaginen al hombre, a la mujer de sus sueños susurrando algo a su oído, lo que sea, una broma, una confesión, un secreto, una procacidad... ¿A que pone? Quizás sea eso lo que busca la UPV, humanizar las relaciones laborales, que surja el amor entre probetas, la amistad entre los papers, la lujuria tras las ventanillas de secretaría. O quizás piensan más en Robert Redford sanando a una jaca jerezana, a un asno mesetario. Da igual: no habrá Redford, ni Murray, ni mucho menos Johansson. ¿Y si el susurrador es un señor o señora con halitosis? ¿Y si es de los que grita cuando cree susurrar? ¿Y si no puede evitar escupir cuando dice “hecho diffffferencial”? Sin duda se impone un dictamen de la Consejería de Sanidad.
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