viernes, 22 de junio de 2012
Susurros nacionalistas
La Universidad del País Vasco tiene claras sus prioridades: la primera es que sus empleados, investigadores y docentes hablen euskera. Con buena voluntad puede suponerse que la siguiente prioridad será una investigación puntera y un alto nivel educativo, pero en todo caso será la segunda. En su empeño por crear un ámbito puramente euskaldún la UPV ha propuesto incluso señalar al personal que habla euskera con algún distintivo en su ropa. Se nota que estamos en un ámbito académico: los que han tenido la idea saben lo que ocurría en el gueto de Varsovia y en otros guetos creados por los nazis: los judíos estaban obligados a ponerse un brazalete amarillo con la estrella de David. Por eso, sin duda, la dirección del centro ha decidido que en este caso el brazalete (o lo que sea) lo lleven los gentiles vascoparlantes. Al resto se les reconocerá por no lucir el complemento de moda, a falta de análisis que muestren su RH.
Esta es sólo una de las medidas que la UPV quiere imponer en el centro. Hay otras, que consisten más que nada en coartar la libertad de las personas que trabajan en la universidad, sin que parezca preocuparles que la comunicación pueda entorpecerse. Imagino a algún investigador estupefacto: no sólo les recortan en I+D+i, sino que ahora tiene que quejarse en un idioma que no conoce. El problema de España nunca ha sido tanto la fuga como la ausencia de cerebros, más acusada cuanto más se asciende en la jerarquía académica. Los cerebros no se fugan de España: son echados a patadas.
Pero una buena juerga identitaria nunca está completa si no viene rematada por el ridículo. Así, la UPV quiere crear la figura del “susurrante”, un ser humano que acercará sus labios al oído de otro ser humano para traducirle al castellano lo que se esté diciendo en euskera. Piensen en la escena final de Lost in Translation, Bill Murray diciendo al oído de Scarlett Johansson algo que el espectador no puede oír, la confirmación de una intimidad que ha ido surgiendo entre dos solitarios en una ciudad hostil. Imaginen al hombre, a la mujer de sus sueños susurrando algo a su oído, lo que sea, una broma, una confesión, un secreto, una procacidad... ¿A que pone? Quizás sea eso lo que busca la UPV, humanizar las relaciones laborales, que surja el amor entre probetas, la amistad entre los papers, la lujuria tras las ventanillas de secretaría. O quizás piensan más en Robert Redford sanando a una jaca jerezana, a un asno mesetario. Da igual: no habrá Redford, ni Murray, ni mucho menos Johansson. ¿Y si el susurrador es un señor o señora con halitosis? ¿Y si es de los que grita cuando cree susurrar? ¿Y si no puede evitar escupir cuando dice “hecho diffffferencial”? Sin duda se impone un dictamen de la Consejería de Sanidad.
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