jueves, 6 de enero de 2011

Día de Reyes y otros pequeños tiranos




Bien, intentaré recuperar el ritmo perdido. ¿Hay algo que altere más la vida de una persona que el nacimiento de una hija? Sí, que a su hermano mayor le den dieciocho días de vacaciones en la guardería. Cualquier actividad que haya querido llevar a cabo en desde la víspera de nochebuena la he tenido que realizar con un mocoso de veintidós meses agarrado a mis pantorrillas exigiéndome completa atención. Olvidaremos el full, por el momento.

Durante estos días he querido escribir de muchas cosas: de la falacia tecnocrática (pensar que los problemas sociales son como atascos en tuberías), de la ambivalencia de la estabilidad (que nos evita sobresaltos a costa de consagrar la mediocridad) o del vudú político (consistente en atribuir todos los males en una sola persona a la que podamos sacrificar: muerto el perro...).

Pero hay poco tiempo y hoy es día de Reyes. Si no estuviera lloviendo, a estas horas la calle estaría llena de niños estrenando juguetes. A Álvaro le han caído una guitarra estruendosa, el tierno dinosaurio de Toy Story (al que, de momento, sólo se acerca acompañado y con suma prevención), unos animales de granja de apariencia realista (el cerdo resulta casi hiperrealista) y unos legos para principiantes. A Julia le ha tocado un conejo de trapo. No ha manifestado ni frío ni calor, pero también es verdad que lleva durmiendo toda la mañana.

Oficialmente, los juguetes son ya el principal grupo de objetos en nuestra casa, por delante de los cubiertos y de los bolígrafos. El baúl de mimbre blanco ya se ha quedado pequeño y los juguetes están colonizando la casa. Son como aquellas pequeñas cosas a las que cantó el Serrat más cursi, sólo que carecen de cursilería. Cualquier día aparecerá un cochecito en el congelador.

En la tele salen unos psicólogos diciendo que hay que regalar poco, que si no los niños no valoran los juguetes. Yo creo que hay que regalar poco porque si no los juguetes pueden ocupar un espacio que un día podríamos necesitar para respirar. No entiendo a esos psicólogos. Parecen decir que los niños podrían olvidar que habitan un entorno con recursos escasos, que hay pocos frutos que recolectar y que los depredadores acechan. ¡Pero si se trata de eso! ¿Qué sentido tiene si no montar un teatro como este cada 6 de enero? Que los niños crean y nosotros finjamos que podemos tener cualquier cosa que queramos.

Y ahora voy a ceder el teclado a mi primogénito, que ha escalado por mi muslamen con agilidad felina (g-tún, llama él a los gatos) y está empeñado en escribir su primer post. Felices Reyes, hijo, todo tuyo:

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