lunes, 12 de diciembre de 2011

La asombrosa transformación de dos asesinatos en un error

Luis R. Aizpeolea publicó ayer un artículo en el diario El País abundando en las revelaciones sobre la negociación con ETA. Después de escribir un fisking descubrí que Santiago González ya había publicado el suyo propio, muy bien documentado y escrito. A pesar de eso, publico el mío porque alguna otra cosa tengo que decir.

A modo de recordatorio
Luis R. Aizpeolea

El País, 11 de diciembre de 2011


Entre 2000 y 2003, ETA protagonizó una ofensiva terrorista que costó la vida a 46 personas (políticos, concejales, periodistas, policías...). En ese clima de terror, Jesús Eguiguren, presidente del PSE, y Arnaldo Otegi, líder de Batasuna, se pusieron en contacto a través de Paco Egea, exconsejero socialista del Gobierno vasco PNV-PSE (1995-98), en el que también participó Rosa Díez (Con este apunte biográfico el autor da a conocer su motivo para escribir este artículo: se trata de una respuesta al publicado por la diputada electa de UPyD en El Mundo el pasado 6 de diciembre). Eguiguren y Otegi, desde posiciones antagónicas (obsérvese la equidistancia: desde puntos opuestos persiguen el mismo objetivo. ¿El mismo?), querían contribuir a acabar con aquella sangría (incluso un juicio de intenciones tiene que sostenerse mínimamente. Otegi ha contribuido durante toda su vida adulta a la sangría. Al reunirse con Eguiguren no quería acabar con ella, sino rentabilizarla. Por otra parte, podría parecer que el Presidente del PSE era el único ciudadano que quería el final de los asesinatos. Obviamente ese es un deseo compartido por millones de españoles. Sin embargo, ellos no acudieron con la chequera a escuchar el precio que ponía Otegi. Eguiguren sí. ¿Por qué? En el mejor de los casos, era un hombre profundamente equivocado; en el peor, buscaba otro tipo de rentabilidad) y se fijaron como modelo el proceso de paz irlandés, entonces en boga (en boga, dice. Por entonces también se llevaban los vaqueros lavados a la piedra, que tienen lo mismo que ver con ETA como el caso irlandés). Estaban en esas conversaciones cuando Aznar y Zapatero, que las desconocía (esto es el Partido Socialista), firmaron el Pacto Antiterrorista y las Cortes aprobaron la Ley de Partidos.


Eguiguren y Otegi diseñaron un proceso de final dialogado de ETA (el autor se pasa a la retórica batasuna quedándose a un paso del “marco de superación del conflicto”. Lo que en realidad diseñaron fue un plan para alcanzar un precio político por dejar de asesinar), tras analizar los fracasos precedentes de Argel y de Lizarra. Para evitar que se repitieran, idearon la constitución de dos mesas de diálogo para separar los temas políticos, competencia de los partidos, de los relacionados con presos y desarme, correspondientes a Gobierno y ETA (vuelve la equidistancia, pero lo peor es que algo se ha caído de las mesas: las víctimas). La fórmula se inspiraba en el Pacto de Ajuria Enea (por entonces plenamente fracasado), firmado por todos los partidos vascos en 1988.
Su pretensión era que el plan lo gestionara el Gobierno (¿qué quiere decir “que lo gestionara el Gobierno”? El Gobierno sólo tenía dos opciones: o liquidar el proceso o sentarse a negociar; eligió la opción b) elegido en las elecciones de 2004. Para ellos fue una sorpresa que ganara Zapatero, quien, una vez conocido el plan de Eguiguren (lástima que el autor no aclare si Zapatero conoció, al tiempo que el plan, el momento en el que fue urdido), le dio cobertura política con la aprobación de una declaración parlamentaria acordada por todos los partidos, menos el PP, en mayo de 2005 y basada en el Pacto de Ajuria Enea. La declaración autorizaba el diálogo con ETA si la banda anunciaba una tregua. Igual que hicieron los Gobiernos de González y Aznar.

El siguiente paso fue la apertura de un diálogo informal con ETA para alcanzar la tregua. El Ejecutivo decidió que Eguiguren fuera el interlocutor, pero sin representación formal (interesante el empeño en que el diálogo era informal. El Gobierno lo autorizó y por tanto Eguiguren era su representante. Lo de “informal” sólo es un cortafuegos, un intento penoso de dejar al margen al Ejecutivo si las cosas salen mal. El Gobierno, con el Presidente y el entonces Ministro del Interior al frente, son corresponsables políticos y legales de la actuación de Eguiguren). Logró la tregua tras largas conversaciones con el dirigente de ETA Josu Urrutikoetxea (Josu Ternera) en Ginebra y Oslo. Pactaron, con la tregua, una declaración del Gobierno de apertura del proceso -inspirada en la de Downing Street, del proceso irlandés- y una hoja de ruta, centrada en el diálogo de paz por presos sin compromisos políticos concretos. Esos los adquirirían los partidos posteriormente.

ETA declaró la tregua en marzo de 2006 cuando llevaba tres años sin matar. Más tarde se ha sabido, por sus textos, que no tenía unanimidad y que Thierry reprochó a Urrutikoetxea no haber comprometido políticamente al Gobierno. De hecho, tras la declaración de Zapatero de junio de 2006, con la que formalizó el proceso, la delegación de ETA se negó a abrir la negociación de paz por presos prevista en la hoja de ruta pactada por Eguiguren y Urrutikoetxea. Quería compromisos políticos.

Hasta entonces, los pasos del Gobierno se ajustaron a la declaración parlamentaria de mayo de 2005. Pero en su pretensión de salvar el proceso, con las reservas de Alfredo Pérez Rubalcaba (reservas del actual líder del PSOE. Reservas que no sirvieron para nada, y que ahora El País blande inútilmente para salvar a su protegido), se saltó la hoja de ruta tolerando la formación de una mesa de partidos antes de lograr el compromiso de final de la violencia. Fue el error más serio que cometió en el proceso (un error es equivocarse al marcar un número, esto fue una vileza) y, además, no lo salvó, porque ETA no aceptó el preacuerdo político alcanzado por PNV, PSE y Batasuna al basarse en la Constitución.

Pero ETA cometió otro aún mayor (el autor llama error a un doble asesinato, en seguida veremos por qué). Para forzar la situación, atentó en Barajas el 30 de diciembre de 2006 y mató a dos inmigrantes ecuatorianos (he aquí el error. El autor no se atreve a decir que ETA no pretendía matar a nadie en aquel atentado, pero lo piensa. Y se le escapa lo de “dos inmigrantes ecuatorianos”, una especificación innecesaria. Estacio y Palate no oyeron los avisos de desalojo. Parece que dormían es sus coches. ¿Por qué iba ETA a asesinar a dos que no eran españoles? Esto es lo que sugiere, aunque tranquiliza que le quede la suficiente mala conciencia para no expresar la inmoralidad abiertamente). No sirvió para nada el intento, a la desesperada, de salvar el proceso, auspiciado por el entonces primer ministro británico, Tony Blair, y en junio de 2007 ETA rompió la tregua (¿qué falta aquí? Las reservas de Rubalcaba. Habría sido conmovedor que las hubiera tenido y aún así hubiera mentido a los ciudadanos diciendo que no había proceso alguno).

A partir de entonces, sobre ETA ya no solo cayó en tromba la acción policial, judicial y social. También la de la izquierda abertzale, que al comprobar que gente como Thierry se llevaba por delante su movimiento político inició la batalla por ganar la hegemonía a ETA.
Sin la actuación del Estado de derecho no hubiera habido cese definitivo de ETA el 20 de octubre. Pero tampoco sin el enfrentamiento de la izquierda abertzale contra ETA, que propició el proceso de 2006 (Y aquí llegamos al núcleo. Lo que, según el autor, propició el enfrentamiento de la izquierda abertzale con ETA fue el “error” de la T4. Por tanto, y como ha señalado Arcadi Espada, todo ha tenido sentido, y más que nada las muertes de Estacio y Palate, sin las que la “paz” no se habría conseguido). Conviene recordar que solo entre 2000 y 2003, ETA mató 46 personas. Y que desde 2003 hasta hoy, 11. Los últimos, en julio de 2009. Conviene recordarlo ante quienes se llenan la boca con acusaciones de "traición" contra quienes de buena fe y con errores contribuyeron a que el 20 de octubre ETA declarara el cese definitivo del terror. (¿Incluye el autor a Otegi y Josu Ternera entre los beneficiarios de “la buena fe”? ¿Carecen de buena fe los que se han opuesto a cualquier conversación con los asesinos por principios morales? ¿Cómo, si no traición, puede llamarse al hecho de mentir al Congreso y a los ciudadanos, de saltarse las leyes para sentarse a hablar con terroristas, de aceptar una mesa de partidos (que ya es en sí misma un precio político), de reconocer como interlocutor a una organización criminal? Las leyes, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, los jueces y la firmeza de la sociedad han sido lo que ha debilitado a ETA y reducido progresivamente el número de asesinados. La negociación sólo les ha dado la posibilidad de lograr una victoria post-mortem. Y forma parte de esa victoria un relato en el que se adjudica a un delincuente convicto como Otegi la intención de detener una sangría de la que siempre ha vivido. Y también forma parte de la victoria presentar el Pacto Antiterrorista y la Ley de Partidos como simples cartas de una partida de póquer. Aquel pacto y aquella ley marcan el límite necesario para participar en la democracia española. Un límite imprescindible para que ésta tenga sentido. Es inaceptable presentarlos junto con la negociación con los terroristas como pasos que había que dar para lograr un objetivo más elevado. No hay más objetivo que una democracia digna de tal nombre, y para lograrlo las instituciones tienen que ser firmes frente al chantaje de los criminales. El que, teniendo responsabilidades institucionales o sociales, no lo entiende así sólo puede ser considerado un traidor).

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