domingo, 14 de noviembre de 2010

Cuando te despidas asegúrate de que lo haces del finado

Resulta chocante toda la solemnidad, los lugares comunes y las presencias institucionales en la muerte de Berlanga. ¡Pero si Camps, Barberá y todo el submundo político valenciano podrían ser protagonistas de alguna película suya! Hubiera estado muy bien hacer de su funeral una escena berlanguiana. Veo con lástima que le gente que se muere no controla su despedida. Comprendo que los que se despiden son los demás, pero cuando lo que se pretende es cierta forma de homenaje, el homenajeado debería andar por allí, y no estar sólo de cuerpo presente.

Al funeral de Berlanga deberían haber ido aristócratas salidos, putones verbeneros, militares que aparcan su tanque en doble fila, pícaros, pobres y, políticos, por qué no, pero con los billetes calientes de la corrupción asomando por los bolsillos de la blazer. Se tocaría un pasodoble y todos acabarían en el cuartelillo.

Si algún día, Dios no lo quiera, falleciera Jordi Pujol, deberían faltar el 3% de sus cenizas.

Si muere Berlusconi a su entierro debería ir toda Italia, pero cobrando. Su féretro lo portarían 6 mamachichos y se crearía un canal de televisión que ofrecería las 24 horas imágenes en vivo del interior de su tumba.

En el funeral de Parada el ataúd sería un inmenso piano que tocaría el pianista de Parada. Como con los antiguos faraones, sus colaboradores serían enterrados con él. Asistirían un millón de abuelas y la misa la daría Joselito (el pequeño ruiseñor).

Al introducir el ataúd con los restos de Julio Salinas en el nicho, los operarios, solos ante el Portero, fallarían incomprensiblemente.

Si alguien se anima, se admiten colaboraciones.

Más abajo está el mejor acto funerario, o lo que sea, que hase visto. En Los Vikingos, de Rhichard Fleischer. A partir del minuto 5. Suben el cadáver de Erik (Kirk Douglas) a un barco, lo dejan ir a la deriva con el sol del atardecer y cuando se aleja un poco le lanzan una lluvia de flechas incendiarias. La nave ardiendo se aleja hacia el oeste. Este verano, flotando en la piscina, pensaba que un final digno de mí sería que dejaran mi cadáver, vestido con mi bañador de flores, sobre una colchoneta de propaganda y mis allegados me arrojaran servilletas del chiringuito en llamas. Pero eso era este verano.

Adiós María Esther.

Hola Miguel González Pérez de Lema


3 comentarios:

  1. ¿No había otra escena mortuoria y memorable en los Vikingos? Recuerdo a un jefe enemigo que, ante la inminencia de ser arrojado al foso de las fieras, imploraba una espada para morir con ella en la mano y no perder el último tren al Valhalla. En fin, las creencias cómo reconfortan.

    Por mi parte, y ante la tragedia del día (¿el Sahara?¡No! La fórmula 1), me gusta pensar en la lejana fecha de la muerte de Fernando Alonso, posiblemente intoxicado por un pitu sobrealimentado de grano transgénico. En ese mismo momento, el calvo más famoso de España (por delante del de la Lotería)iniciaría una rápida agonía, al estilo de Johnny Cash tras la muerte de June Carter, que le llevaría al óbito en un corto plazo. Por fin, ambas figuras unidas en un destino universal ante la eternidad, sus cenizas serían entreveradas y, confundidas, volarían por encima del circuito urbano de Valencia, sobre el busto a la memoria eterna del sastre de Paco Camps.

    ResponderEliminar
  2. Así es, el personaje de Ernest Borgnine pide una espada antes de arrojarse al foso de los lobos.

    Pobre Lobato. En realidad ayer ya murió un poco.

    ResponderEliminar
  3. Una fácil...

    En el funeral de Ramoncín se envolverá el ataúd en la bandera de la SGAE, leerá la homilía Risto Mejide poniéndole a parir y de fondo sonará un canon (polifónico). Mientras, cubos de KFC caerán de un cielo plomizo y ríos de alcohol correrán por las calles (mujer...!).

    ResponderEliminar